sábado, 9 de abril de 2011

¿ES POSIBLE A UN PENSADOR SUDAMERICANO ENTRAR EN LA HISTORIA DE LA FILOSOFÍA? (UNA REFLEXIÓN PÓSTUMA).


¿Como ubicar la propia filosofía en la “historia de la filosofía” cuando no eres europeo y no quieres ser un simple comentador, cuando tienes un pensamiento y quieres que sea leído y discutido?
      
      Tal vez la primera respuesta sea: “Tú no lo mereces; no tienes un gran pensamiento. Es una cuestión de calidad. Todos los pensadores que puedas mencionar fueron grandes, y por eso están en la historia de la filosofía. Tú no tienes merecimientos para eso”. Muy bien. Vamos a suponer que eso se aplique a Julio Cabrera. Eso puede sacar a Julio Cabrera de la historia de la filosofía. Pero, ¿debe el argumento de la “calidad” sacar de la historia de la filosofía a todos los pensadores latino-americanos? ¿Y debe sacar de ella a todos los pensadores africanos, yugoslavos y griegos (actuales)? ¿Por qué no podrían figurar en ella por lo menos a título de “pensadores menores”, como Geulincx, Gassendi o Mersenne (que son, en mi visión, mucho más agudos, sutiles y consistentes que Descartes, Malebranche y Berkeley)?  
      
      Leyendo “historia de la filosofía”, se ve con rabia cómo los pensadores son elegidos por contribuir a contar una historia cultural en una cierta dirección. Sólo así, como actores contratados para un espectáculo ya arreglado de antemano, se puede entender que Malebranche o Berkeley  sean considerados “grandes filósofos”, o siquiera pensadores que se pueda tomar en serio, mientras que se ignora casi totalmente a Ortega y Gasset, Javier Zubiri o José Gaos, que son mucho más fuertes y originales. ¿Esto es “calidad”? ¿Los pensadores españoles tampoco tienen méritos para entrar en la historia de la filosofía europea? Parece que todo proviene de una extraña selección del material, fuertemente ratificada – ¿por inercia? - por la sociedad y sus curiosos mecanismos impositivos. Nadie, ningún alumno primerizo de filosofía, especialmente, se atreve a decir en voz alta que la armonía preestablecida de Leibniz o el “ocasionalismo” de Malebranche o el idealismo perceptivo de Berkeley son completos absurdos con los que no vale la pena perder el tiempo. ¿No tenemos nosotros, los excluidos, cosas mucho más importantes que decir? ¿No fue la gloria de muchos pensadores europeos cuidadosamente construida por la exégesis y el comentario especializado, especialmente de los intelectuales latino-americanos, tan inteligentes? En verdad, Europa nos ha dado muy pocos pensadores realmente buenos, cinco o seis como máximo. La mayoría de ellos no tienen nada que decirnos, no nos pertenecen. Ni habría que leerlos. 
      
      El primer gran escollo es, sin duda, el hecho de formar parte de  esa mayoría excluida, y, más específicamente, el hecho de ser un latino-americano (y, en mi caso  específico, un argentino nato y brasileño de adopción). Entonces, este asunto tiene que ser debatido: ¿por qué no hay sudamericanos en la historia de la filosofía? ¿Se le permitirá a un sudamericano pensar? Si no basta tener filosofías mejores que las de los europeos, ¿qué puede bastar? 
      
      Sin discutir la actual geopolítica filosófica, tal vez sea ingenuo tratar de ubicar directamente nuestros pensamientos en la historia. Pues, ¿qué historia? Yo creo que las puertas europeas están definitivamente cerradas para nosotros, a pesar (o por eso mismo) de que nuestros trabajos son aceptados en congresos internacionales. Sea lo que sea lo que hagas, ¡no habrás existido!
      
      Si miramos hacia atrás con ira, ¿qué encontraremos? Primero, otros argentinos y otros brasileños, nuestros próximos; en seguida, alemanes y norte-americanos, nuestros actuales tutores culturales; después de eso, más hacia atrás aún, descubrimos, si escudriñamos bien, españoles y portugueses; y después de todo eso, indios, matorral y campo. Todo acaba en el campo y todo empieza allí. ¿Cómo hacer este viaje de 6 siglos hacia atrás, hacia el campo? Cuando fuimos avistados, Europa estaba viviendo su “renacimiento”. ¿Qué tenemos nosotros que ver con eso?  ¿Seremos siempre tan sólo una vicisitud de Europa? Tendríamos que tratar de renacer a nuestro modo después de ser enterrados por el Renacimiento europeo. 
      
      La lógica cultural vigente es: Europa está siempre más adelantada, de manera que América, en particular, tiene que tratar de acompañar a la cultura europea, tiene que “crecer”,  entrando en los diversos períodos de la modernidad europea. Para eso debemos esforzarnos, pues, como lo escribió Gilberto Kujawski, un pensador brasileño: “Cómo podemos superar Descartes sin haberlo leído atentamente?”. Con tantos filósofos europeos para leer atentamente, tenemos mucho que recorrer para, alguna vez, “entrar en la modernidad” y “salir del atraso”. Es lo que nos dicen.  
      
      Yo creo en otra lógica: cuando se produce una invasión hay inevitablemente una interacción. Habría que tratar de simetrizarla, en lugar de entender este interactuar siempre de manera heterónoma No hay por qué repetir, siempre con inevitable atraso, la experiencia cultural del invasor. Por lo tanto, no hay por qué estar siempre en la posición de acompañamiento (necesariamente atrasado) de la cultura dominante. Esto es ya pan muy comido y masticado pero hay que repetirlo más veces para que entre por algún poro del cuerpo humano sometido. 
      
      Para aclarar esto mejor: la experiencia europea, en la época de la colonización de América, era de reacción contra la Escolástica, contra su escolástica. Siguiendo la primera lógica, tendríamos primero que tratar de superar a la Escolástica. Sólo cuando superásemos a la Escolástica podríamos entrar en la Modernidad, y después en la post-modernidad, etc. Esto es terrible, pero es lo vigente. Kujawski, en su bello libro “Descartes existencial”, sostiene eso, que Brasil tiene primero que ser moderno, tiene primero que llegar a la modernidad para poder superarla, como hicieron los europeos. Y una gran parte de los intelectuales brasileños se jacta de haberse librado del pensamiento escolástico como si aún estuvieran viviendo en el siglo XVII (sólo que en lugar de tornarse agnósticos o ateos, se tornan marxistas o filósofos analíticos). 
      
      La otra lógica, la que me interesa abrir, tiene que mostrar cuál es la específica escolástica de la cual precisamos hoy liberarnos, nosotros, latino-americanos (y tal vez todos los otros excluidos del planeta). Tal vez la escolástica de la que tenemos que liberarnos hoy sea la escolástica de la “modernidad” en la que tenemos forzosamente que entrar para “civilizarnos” y abandonar la “barbarie”, como querían los dos domingos, Sarmiento en la Argentina y Gonçalves de Magalhães en Brasil. Pero esto es una especie de tentativa de importar los términos de nuestra liberación; los europeos nos dan la receta para libertarnos, pero no, ciertamente, de ellos. Contra Kuwaski, no tenemos por qué tratar de libertarnos al modo cartesiano. No tenemos por qué re-vivir la historia cultural europea; pues nosotros tenemos nuestra propia historia que se genera, precisamente, por no ser europeos, por haber sido invadidos por europeos, una experiencia que el europeo no podrá haber tenido jamás, sea lo que sea lo que pase de ahora en adelante. La experiencia americana tiene obligadamente que ser algún tipo de interacción con Europa; pero una interacción con algún viso de simetría no puede reducirse a una repetición atrasada de la cultura dominante. Tiene que ser algo más astuto y enriquecedor. 
      
      Tratando siempre de  “entrar en la modernidad”, no nos libramos del sometimiento, al contrario, lo perpetuamos. Tenemos que hacer nuestra propia consideración filosófica de la civilización y la barbarie; dialectizar Sarmiento, dialectizar Magalhães. Nuestra primera diferencia con Europa es que nosotros fuimos invadidos por europeos, y ellos no. Hay que sacarle punta a esta trivialidad. Al indio ya no podemos volver sin mediaciones; antes de la vuelta al indio, encontramos a nuestros conquistadores originarios, y esta primera interacción es importante para encontrar no tanto una “identidad” (que es un término matemático y metafísico) cuanto una “proveniencia”, usando la expresión del gran filósofo brasileño Vicente Ferreira Da Silva, mucho más profundo que Descartes. 
      
      La actitud oficial es, en Brasil, librarse de las raíces lusitanas, nefastas, perezosas e reacias al progreso (ver, por ejemplo, Raíces do Brasil, de Sergio Buarque de Holanda), y asumir las nuevas influencias, inglesas, alemanas, norte-americanas, etc. Pero yo creo que debemos recuperar la interacción con Portugal y con España, ignorando su derrota por parte de los nuevos colonizadores. En cierto modo, tenemos que repensar los siglos XV y XVI, y tejer a partir de allí los hilos de nuestra liberación; para eso hay que pensar en la específica escolástica de la que tendríamos que liberarnos en nuestro específico renacimiento. Nuestra propia escolástica es ahora euro-norteamericana, la escolástica del “mundo libre”, la escolástica de “la modernidad”, y es de ella de la que tenemos que liberarnos, y de la que tenemos que renacer. No se trata de re-editar, con siglos de atraso, la liberación europea. Un proceso de liberación, por esencia, nunca puede repetir un movimiento liberador anterior. Nosotros no podemos, simplemente, liberarnos como los europeos se liberaron. Eso es un imposible histórico y lógico. Ni siquiera los europeos nos empujan hacia eso. Nuestra civilización es otra, nuestra barbarie es otra. 
       
      La cultura europea está, para nosotros, en la vidriera, en el menú antropofágico: leemos de todo, nos interesamos por todo, comemos de todo; eso no significa asimilar lo que leemos a nuestras células; puede significar, sencillamente, consumirla y vomitarla. Aun en nuestro subdesarrollo económico, o precisamente por eso, hacemos con la cultura europea lo que se nos antoja, en medio de nuestra indisciplina, nuestra inconstancia y nuestra impuntualidad. Así ocurrió con la Escolástica (ya mediada por Suárez y el Ratio Studiorum), con el Positivismo y, más recientemente, con el Marxismo. Siempre fuimos indios devoradores de europeos. Ellos nos conquistan, pero nosotros los comemos. Los fastidiamos con nuestro fragmentarismo, nuestro balbuceo inconsecuente, nuestra escandalosa falta de historia. Es así como somos parte de la cultura del mundo. Tendríamos que educar a nuestros colonizadores demasiado bárbaros, pero sin imponerles ahora nuestra modernidad. Producir textos no sobre Habermas o sobre Kant, o sobre el Platón no escrito, o sobre el Sócrates escrito, sino a propósito de ellos, con ellos, a través de ellos y finalmente sin ellos.

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