segunda-feira, 9 de maio de 2011

FILOSOFÍA


En un primer pensamiento, filosofar es, para mí, la manera fundamental de instalación del humano en el mundo al cual fue lanzado, una manera insegura, temerosa, ignorante, insatisfecha, deseante, incompleta y sufriente. Filosofar es el propio clamor de la finitud. Originalmente, pues, y como se decía antes de la profesionalización de la filosofía, “todos somos filósofos” por el simple y terrible hecho de ser en la peculiar manera humana de ser: seres finitos, mortales, desamparados, ignorantes, preguntantes. 

Filosofar no es, en este primer sentido, una forma de vida entre otras, sino la forma humana de vivir, aun la de aquellos que nunca leyeron a los “grandes filósofos”, ni tuvieron ningún contacto con la "tradición filosófica", aún la de aquéllos que ni siquiera saben ni entienden el significado de la palabra “filosofía”. Un analfabeto puede ser filósofo en este sentido. 

Pero, en un segundo momento reflexivo, no todos somos filósofos, sino tan sólo aquéllos seres preguntantes y faltosos que no sólo existen su inseguridad infeliz, su finitud amenazada (todos los humanos la existen), sino que la transforman en reflexión obsesiva - verbal o escrita - en una forma de sensibilidad agudizada e incómoda. La obsesión por el esclarecimiento, la susceptible sensibilidad para lo que es incompleto e inseguro trae nuevas desdichas para el filósofo, nada como una calma “sabiduría de la vida”.

Por el contrario, los humanos que simplemente existen la tragedia de existir sin tematizarla poseen sabidurías que el filósofo pierde al instante en que se pone a reflexionar. Todo filosofar quiebra el flujo natural de la vida. En ese sentido, el filósofo no tiene ninguna sabiduría para ofrecer; al contrario, pasará la vida tratando de recobrar, mediante el pensamiento, la sabiduría que tenía cuando no era filósofo (un ejemplo tragicómico de esto es Wittgenstein, de quien me siento más próximo en su vida que en su filosofía).

De estos terrores nada sabe la fleumática y competente “filosofía profesional”. Ésta simplemente incrementó los medios de indagación de asuntos y, en cierta forma, los condujo a un gran perfeccionamiento desde el punto de vista de su tecnicidad instrumental. También los transformó en un poderoso mecanismo de dominación. 

Pero la “filosofía profesional” no creó nada (al contrario, de cierta forma, des-creó muchas cosas), simplemente procesó e interpretó la finitud de una determinada manera. El desamparo queda oculto o camouflado debajo de las formas profesionalizadas de filosofar, tanto en la filosofía analítica como, por ejemplo, en los estudios de los “especialistas en Nietzsche”. La fragilidad intrínseca a todo filosofar (a todo vivir) queda disfrazada en una manera aparentemente firme, segura y técnica de “dominar los asuntos” y de “construir argumentos”. Pero ni siquiera así consigue la filosofía esconder su desamparo original.

Es por eso que filosofar no puede ser una profesión entre otras. A lo sumo, la profesión puede ser un buen disfraz para el filósofo en la era de la profesionalización.  En filosofía, en este segundo sentido, la adquisición de informaciones no es lo primordial. Al contrario, de cierta forma, filosofar es una manera de des-informarse, de descartar informaciones, de arreglárselas con lo que se tiene, de hacer reflexiones minimales sin dejarse aturdir por el exceso de datos. Como filósofos, no se trata de “saber más”, sino de “ser más” a través de una indagación sobre el mundo.

Mi idea inicial es que la filosofía tiene una naturaleza múltiple, y que a partir de ella surgen muchos diferentes tipos de textos (verbales o escritos), desde análisis lógico hasta textos existenciales y autobiográficos. La filosofía, como yo la entiendo, va de Carnap a Kierkegaard sin cortes ni rupturas. No gasto mi tiempo tratando de mostrar que alguno de estos autores “no hace filosofía” o que “no es filósofo”. No asumo ninguna actitud escandalizada delante de la multiplicidad o el “caos” en el uso del término “filosofía”, o de impaciente exasperación delante de su “indefinición”. Pues veo la multiplicidad del filosofar como un despliegue de su naturaleza más propia y no como un penoso accidente histórico que tendría que ser lamentado y “resuelto”.

 La filosofía, como la vida misma, se desarrolla en un continuum vital de pensamientos, desde la máxima articulación lógico-analítica hasta la zambullida existencial en el flujo de lo vivido. Análisis y existencia son sus polos, y las filosofías se desarrollan en una gama rica y variada dentro de esos extremos. En mi concepción de filosofía, debemos aceptar ser humanos en constante fluctuación y en constante pánico: la opción por el pluralismo de filosofías es la opción de dejar que los humanos tengan los miedos que se puedan permitir, y el derecho de pensar como quieran y puedan hacerlo. 

Personalmente, he hecho una filosofía de la lógica que tiende a lo articulado y público (ver FILOSOFÍA DE LA LÓGICA), y una filosofía de la ética fuertemente subjetiva e individual (ver ÉTICA NEGATIVA). Sin embargo, en la dinámica de mi obra, las dos cosas tienden hacia sus contrarios: mi ética tiende hacia la argumentación, y mi lógica tiene bases nietzscheanas. La existencia va hacia el análisis, el análisis hacia la existencia. Las dos tendencias de la filosofía, como yo la entiendo, atraviesan toda mi actividad pensante.



TEXTOS


Argumentación y Existencia.

La Ética de la Interpretación Filosófica




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